su vida tendrá sentido solamente si se vive completamente para Dios y en la luz de la eternidad
Conscientes que por la Divina Providencia les tocó una parte muy importante (Salmo 16 (15):6), los Socios reconocen el valor de la llamada al celibato porque esta da un testimonio claro y muy fuerte de la vocación de cada cristiano que como Cristo debe vaciarse completamente y no dejar interponer nada entre él y el Padre. En otras palabras, con su celibato, el Socio manifiesta su búsqueda incesante para encontrar “la única cosa necesaria” (Lc 10,42), y así vivir la vocación universal al monacato interior dando su testimonio.
Por lo tanto, la vida célibe depende de la vida de oración sin la cual nadie puede crear en sí mismo el espacio necesario para el “Único Objeto del corazón”; si esto no se hace entonces el celibato no se vive de manera saludable. La elección del celibato lleva también a la pobreza en el espíritu; es intrínsecamente una señal de pobreza evangélica. La oración contemplativa y la actitud de pobreza dan la fuerza al Socio para vivir el celibato con alegría y compromiso en una relación triple: con Dios, con los demás Socios y con el prójimo. La integración de estas tres relaciones es una señal de un celibato sano dentro la SDC. De esta manera, por medio de su celibato, el Socio no solamente tendrá más tiempo y estará más disponible para la evangelización sino también estará fortaleciendo lo que predica con el testimonio de su vida. Al elegir no casarse por causa del Reino de Dios, el Socio se inflama con el amor de Dios y recibe una efusión tan grande de este amor que lo hace capaz de amar y dar mucho, especialmente a través de la obra de misericordia más grande: enseñar al que no sabe.
La vivencia sana del celibato presupone mucho discernimiento y disciplina frente a muchas opciones que la vida en el mundo ofrece al Socio. Por eso el Socio debe rezar frecuentemente por la gracia de la “conversión eficaz” hacia Dios para obtener la sabiduría y el valor para reconocer y tratar las tres compensaciones que pueden brotar de una vivencia mediocre del celibato: un estilo de vida cómoda e independiente; el endurecimiento del corazón tornándose insensible y vacío de humanidad hacia los demás; y el trabajo impulsivo como su satisfacción más atrayente. El peligro de estas tres compensaciones disminuye cuanto más el alma desea unirse con Dios y entonces “camina con más prisa y no siente ni el peso ni tampoco el cansancio. Sufren solamente los que entran en la SDC con medias ganas”.