¡Grandes y maravillosas son las obras de tus manos, oh Señor Dios Todopoderoso!
El Fundador “nadaba” en Dios. No solamente tenía para Él un respeto reverencial por ser el Señor de los Ejércitos, sino confiaba infinitamente en Él como Padre. Este gran sentido de reverencia y asombro, adoración y abandono, devoción y confianza, como se puede apreciar de continuo en el Reloj de Oración, está reflejado en el lenguaje que el Fundador hablaba y escribía. Con una clase de asombro que parecía al de un niño pequeño, él descubre la grandeza de Dios y se complace en Él: “¡Grandes y maravillosas son las obras de tus manos, oh Señor Dios Todopoderoso!”.
El conocimiento de Dios incrementa el sentido de adoración de parte de la criatura hacia el Creador porque en el espíritu de San Miguel, el Socio da honor y gloria solo a Dios. El conocer a Dios engendra también un sentido de familiaridad e intimidad con Él porque el Socio se vuelve amigo del Señor: “Nuestro corazón es tuyo… somos tuyos y Tú eres nuestro. Amén”. Por lo tanto, el Socio reza todos los días a Jesús, el Hijo Encarnado del Padre, para que lo haga “partícipe de su divinidad” y a la Santísima Trinidad para que lo haga una sola cosa con ella.
Esta intimidad con Dios engendra en el Socio un corazón contemplativo o místico, del cual aprende a encontrar a Dios en todo y ver todo en Dios. El Socio adora a Dios “en espíritu y en verdad” en todo lo que hace y en todo lo que experimenta a lo largo del día, tanto en la prosperidad como en la dificultad. Con sus ojos contemplativos él encuentra, ve y adora a Dios en los miembros de su familia, en sus hermanos los Socios, en el desarrollo de su trabajo o profesión y en el apostolado del anuncio de la Palabra.
Por eso el Socio agradece a Dios cada día por todos los beneficios que recibe de Él. Con esta actitud habitual de agradecimiento, el Socio engendra en sí mismo un desprecio al pecado, “el enemigo horrible de Dios” y al apartarse de cualquier pecado, tanto suyo como de su alrededor, el Socio aprecia mucho el perdón de Dios: “Gracias Señor Dios. Perdóname Señor Dios”; mientras vive las Bienaventuranzas (Mt 5,3-10) que desde los inicios de la SDC, el Fundador insistió en su importancia y las celebraba en la Sociedad.
Siendo esta actitud contemplativa fundamental en la vida espiritual y apostólica de los Socios, y puesto que la sociedad posmoderna trata de ahogar cada respiro de fe y sentido transcendental, el Socio debe animarse seriamente a buscar maneras de cómo cultivarla y explorar todos los medios para percibir el sentido de Dios.