Es un artículo de la fe que en la Eucaristía se encuentra Jesucristo verdadera, real y substancialmente, con su cuerpo, con su sangre, con su alma y con su divinidad. De hecho, en la última cena Jesucristo dijo a los apóstoles: “Esto es mi cuerpo, entregado a muerte en favor de ustedes. Hagan esto en memoria de mí” (Lc 22,19), y así enseña la Santa Iglesia por medio de su magisterio infalible. Muchos milagros a lo largo de la historia de la Iglesia confirman la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía.
Quien tiene una fe viva en el sacramento del altar no deja pasar un día sin recibirlo en su pecho. Nuestra naturaleza humana nos impulsa a estar siempre cerca y unidos con la persona que amamos, y experimenta mucha tristeza cuando tenemos que separarnos de ella. Ahora el cristiano, convencido de que Cristo está presente, y que es el único objeto del amor de su corazón, experimenta mucho consuelo en este sacramento, y el único dolor de su corazón es privarse de este alimento divino. Este sacramente es veneno contra el pecado, y ¡ay de aquel que lo recibe indignamente!
Jesucristo no se encuentra en su totalidad solamente en la especie del pan sino también se encuentra en su totalidad en la especie del vino y, a pesar de que nosotros lo comemos, no lo aplastamos, ni lo destrozamos, sino que lo recibimos completo y entero; y a pesar de que lo recibimos, no lo consumamos; y de la misma manera como lo recibe una persona, así lo reciben miles. Esta es la maravilla de la omnipotencia de Cristo: que es siempre el mismo Cristo, el que se encuentra en la derecha del Padre se encuentra también en cada pedacito de pan consagrado. No debes pensar que cuando se parte la hostia el cuerpo de Cristo se rompe, sino se rompen solamente las especies, y, aunque en cada pedacito se encuentra Cristo completo, Cristo es siempre uno.
Solo dos cosas nos apartan de la sagrada comunión: el pecado mortal y la falta de ayuno. El apóstol San Pablo nos enseña que quien come indignamente la Eucaristía estará comiendo su misma condena. Si, por lo tanto, te consideres culpable de un pecado mortal, no te acerques a comulgar antes de justificarte con la absolución sacramental, aunque no haya un sacerdote y aunque te juzgues justificado con el arrepentimiento perfecto. Al resguardo del ayuno antes de comulgar, sepa que debes estar en ayunas por una hora inmediatamente antes de comulgar.
Conclusión
Querido hermano, ¿se atrevería una persona a acercarse a recibir un sacramento tan sublime en estado de pecado mortal, si creyera verdaderamente que en la hostia está el mismo Dios hecho hombre? Por lo tanto, ¿cómo es que el pensamiento que vas a recibir a Dios dentro de ti, él que es tan grande y tú que eres tan pequeño, o, mejor dicho, no eres nada, no te llena de temor?
Acércate siempre con un corazón puro, incluso del pecado venial, y, sobre todo, con un espíritu de verdadera caridad hacia el prójimo que te habrá ofendido, y de paz si tú le hayas ofendido. Más vale no comulgar que comulgar mal.
adaptado del libro de San Jorge Preca, Taħdit għat-Tfal (Charlas para Niños) (Nº 20)