La intención recta es uno de los temas que San Jorge Preca ha conversado por varias veces. Este libro fue escrito por el P. Jorge Preca en el 1945 y contiene 35 sesiones (capítulos) que mediante de ellos el lector puede reflexionar sobre la motivación de sus obras. El Padre Jorge profundiza en los motivos de nuestro comportamiento. El libro es muy recomendable para quienes quiera tomar en serio su vida espiritual, evitar los engaños y rendir la mayor gloria a Dios.
El siguiente extracto es la sesión 13 que reflexiona sobre:
La intención recta es la que da valor a nuestras acciones.
No es la virtud lo que Dios recompensa, sino la causa de la virtud.
Ninguna acción puede ser considerada pequeña si está hecha para la gloria de Dios. Los actos más pequeños y más indiferentes, incluso los más humildes, si se hacen para la gloria de Dios, son mayores que los actos más elevados y nobles que se hacen sólo por una intención natural.
Solo todo lo que se hace para la gloria de Dios durará hasta la tumba, y como el humo que se aparece por un corto tiempo y pronto desaparece. Pero un acto que hecho para la gloria de Dios tiene un valor eterno.
Dios es espíritu y quienes lo adora debe adorarlo en espíritu y en verdad, ese es el tipo de adorador que busca el Padre (Jn 4,23). Dios no considera lo que este hecho, sólo materialmente, sino lo que el espíritu de la persona quiere, lo que está en la voluntad de la persona, hasta el punto de que todo lo bueno o malo que uno se desea hacer y no puede, ser considera hecho por Dios.
Por lo tanto, Dios recompensa un buen deseo de la misma manera que si se hubiera cumplido. Pero un deseo no puede ser sincero si no va acompañado con una buena vida para la gloria de Dios y, por lo tanto, no sería un deseo. No puedes desear la gloria de Dios si lo ofendes con tus acciones. Un deseo como este no es real, sino sólo un movimiento de labios.
Nuestro Dios es Dios de paz. Por lo tanto, no hay qué preocuparse, , cuando los impedimentos reales no te permiten de realizar un acto para la gloria de Dios; uno aún puede mantener la calma y la tranquilidad, sabiendo que lo que no puede hacer efectivamente, pero lo desea sinceramente, también puede glorificar a Dios.
La medida que Dios tiene no da cuenta lo que hacemos ni cuánto hacemos, sino da cuenta a nuestros motivos, es decir, la intención. Leemos en el Evangelio que Jesucristo no alabó a los que más contribuyeron de su abundancia para el mantenimiento del templo, sino que alabó a la viuda pobre que, de su pobreza, aportó dos pequeñas monedas. Su contribución fue ciertamente pequeña, pero era todo lo que tenía, y Cristo podía decir que ella estaba dando más que todos. (Lc 21,3).
Nunca dejemos de alabar las grandes cosas hechas para la gloria de Dios.